Ahogándome en un mar
de rostros humanos que abrasaban mi cuerpo
con las infernales llamas de su indiferencia,
veo a lo lejos tu rostro -radiante-
entre los brazos de otro hombre.
Un sudor frío y un temblor,
de esos previos a la esquizofrenia,
recorrían mi cuerpo y corroían cada fibra de mi alma
mientras veía ese brillo alegre
en tus pupilas;
-alegre-
en los brazos de otro hombre.
Me faltaba el aire, mas no me lo quitaba el gentío.
Me faltaba comodidad; no me la daban tus brazos.
Y sin embargo, no me faltaba miseria;
era miserablemente feliz
con esa miserable felicidad que
sólo el verdadero amor sabe producir.
Era feliz, pues tú eras feliz, y no miserablemente como yo:
No te faltaba el aire; te lo daba el gentío.
Eras dueña de la comodidad;
-la comodidad de sus brazos-
Y aunque eras feliz,
allá,
lejos de mí,
aún me sonreías y tus ojos brillaban;
me mirabas a mí.
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