domingo, 17 de febrero de 2013

Ayer eras mía

A veces la realidad se me antoja ajena; 
el dolor no duele, 
la felicidad no se siente, 
el viento no sopla, 
el río no suena.

A veces la realidad se me antoja ajena; 
el amor ya no hiere, 
la verguenza ya no apena, 
la pena es sólo de las almas,
la amargura ya no quema.

La realidad hoy se me antoja ajena; 

hoy ya no estás, 
hoy ya no te siento,
hoy no sólo te olvidé a ti;
hoy olvidé también tus recuerdos.

Ayer no era una de esas veces; 

ayer el dolor dolía, 
ayer tu amor me hería; 
ayer tú, amor, me herías, 
ayer la felicidad
   tampoco se sentía.

Ayer no te me antojabas ajena; 

la verguenza me apenaba, 
la pena era mía, 
la amargura me quemaba. 

           Ayer eras mía.

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martes, 12 de febrero de 2013

EL TRISTE AROMA DEL OLVIDO


El sonido estridente del recuerdo lo despertó. Luego de un largo sueño, se vio con más energía de la que podía contener, y una fuerza sobrenatural que se apoderó de él lo llevó a romper las cadenas que lo mantenían atado.

Por fin volvía a ser el dueño de aquellos viejos y solitarios callejones que se vestían de noche y eran decorados con un resplandor naranja formado por un interminable ejército de guardias portadores de luz cuyas largas filas terminaban fundiéndose con la negrura del infinito en los lugares más recónditos de la galaxia. Hasta allí, lo transportaban largas alfombras de asfalto que se deslizaban bajo sus pies a grandes velocidades. Así fue como consiguió alejarse del lugar que había sido su prisión durante largos años, y solo hasta que se hubo alejado lo suficiente de aquél sitio, una sensación de libertad, que logró colarse por su boca entreabierta, empezó a danzar entre sus papilas gustativas acariciándolas tiernamente con un suave sabor a victoria. Sintió que  una seguridad que no experimentaba desde hacía mucho tiempo atrás, recorría todo su cuerpo, y en su pecho chocaban emociones unas tras otras formando así una hoguera incandescente cuyas flamas irradiaban una luz intensa a través de su tórax y que incluso era visible por encima de su viejo saco verde.

Experimentaba un ardor dentro de su cuerpo  que se intensificaba aún más con cada bocanada de aire que tomaba. Por aquella época del año el aire que bajaba desde la negra morada de los Dioses quemaba como el hielo, y al llegar a sus pulmones, los hería con espadas de fina escarcha que cortaban su respiración. Las ráfagas de aire no venían solas. Consigo traían un aroma intenso de color castaño claro pintado con una suavidad que rayaba en la ternura, trepaba lentamente por sus vías respiratorias e inundaba toda su cabeza con un éxtasis que estremecía cada fibra de su cuerpo.

Esto, precisamente, era lo que le había dado aquella energía sobrenatural que lo había llevado a escaparse; ese aroma antiguo pero reconfortante le dio las fuerzas necesarias para romper las cadenas que lo ataban a un muro de concreto que lo aislaba completamente del mundo y lo envolvía en una soledad que, para alguien como él, no significaba más que el camino más lento y doloroso hacia la muerte. Ahora que tenía una libertad renovada podría correr cuanto quisiera, ir lo más lejos posible de aquél lugar donde había estado encadenado tantos años. Aunque ya se había alejado varios kilómetros de allí, aún podía sentir, impregnado en su cerebro, ese único olor que era dueño de aquél solitario lugar. Era un olor a olvido, un aroma oscuro que helaba las entrañas y reflejaba las más bajas pasiones del alma de quien estuviera allí para captarlo. No le gustaba en lo absoluto. Con cada paso que daba, sin embargo, sentía, como aquél nuevo olor, se instalaba en su cerebro quitándole, poco a poco, espacio a ese otro horrible aroma. Ese olor se llamaba libertad, y en realidad estaba compuesto de muchos olores diferentes que inundaban los espacios que ahora recorría con tanta prisa.

Olores como el del asfalto, la gasolina, el aceite para motor y la humedad eran los dueños del parqueadero que ahora atravesaba en la oscuridad. Más adelante, el del césped recién cortado, el del agua donde se bañaban los patos, y sobre todo, muy por encima de todo lo otro, los árboles y sus troncos con aquél particular aroma en sus bases, casi allí donde empezaban sus raíces, eran los aromas que caracterizaban al solitario parque por donde pasó corriendo, deteniéndose en cada uno de esos árboles, para que ese aroma tan especial llenara su cerebro y lo obligara a olvidar aquél otro aroma que tanto quería olvidar.

Sí, todo esto era lo que poco a poco componía aquél único olor que seguía visitándolo frecuentemente con cada bocanada de aire. Ese olor de color castaño, marrón e incluso hasta color pardo que para él representaba la libertad. Eso era lo que buscaba. Hacía allí se dirigía. Hacía aquél lugar en donde todos sus recuerdos yacían junto a la dueña de aquél hermoso aroma. Ella era su todo; su razón de ser, su vida, su libertad, su gusto por los aromas. Ella, sin haberse dado cuenta, le había enseñado a conocer el mundo a través de su nariz. Cada recuerdo que venía a su mente de momentos que había compartido con ella, traía consigo un nuevo olor, un nuevo nombre para las cosas, una nueva experiencia, un nuevo sentimiento; los olores ácidos le causaban escozor, los dulces lo hacían salivar e incluso los aromas prohibidos excitaban su alma y lo llevaban a cometer pecados que después aprendería a no volver a cometer. Toda esa mezcla de recuerdos era lo que le daba esa energía para seguir a su instinto, seguir un camino marcado por aquél olor que quería volver a degustar. Ese olor de color castaño, lleno de ternura, de caricias, de amor; un olor lleno de libertad.

Siguió corriendo durante toda la noche. Hubo intervalos de tiempo durante los cuales él se sentía asustado de que lo hicieran volver a su prisión, y otros durante los cuales el aroma se volvía mucho más intenso que antes haciéndole creer que estaba cerca de su objetivo para luego volver a desaparecer y darle paso a sus miedos de saberse cerca aún de sus cadenas. Luego de muchos lugares recorridos, estaba llegando a lo que parecía el final de su jornada. Los olores del lugar a donde había llegado le resultaban intensamente familiares. Las calles, con sus casas de dos pisos delante de las cuales había pequeños tramos de césped que olía a una gloria traída de tiempos de antaño, le hicieron saber que había llegado al lugar correcto. Dejó entonces de correr y empezó a caminar lentamente por aquella calle tan familiar. Su regreso, bañado solamente por la tenue luz de las farolas y por la de un alba que empezaba a rayar en el horizonte por detrás de las casas, lo hacía feliz. Con cada paso que daba reconocía un nuevo olor aquí y allá: ¡Ah! La vieja casa del árbol de los Martínez, con ese olor a madera gastada más por el tiempo que por el uso, pues hacía mucho el pequeño Martínez había dejado de ser pequeño. En frente, aquella casa misteriosa de doña Ester, un lugar al que no se había atrevido a acercarse ni siquiera en sus más salvajes arrebatos de travesura. Esa casa olía a abandono, a soltería, a amargura e incluso a brujería; en cada calle había una así. Pero incluso el olor de la casa de doña Ester le alegró el alma pues lo hacía sentirse de nuevo en casa. Estaba de nuevo en su reino, en esa calle que por muchos años le había pertenecido. Allí había sido libre y ese olor a libertad, de color castaño, tierno, lleno de caricias y amor estaba finalmente a unos metros de distancia. Se encontraba justo en frente del buzón de la casa de ella: Lina G_____

Emocionado, corrió hasta la entrada. Ni siquiera podía controlar sus propios pasos; avanzó a tropezones, más arrastrándose que corriendo, hasta que llegó a la puerta que estaba abierta. Entró muy emocionado a esa casa que conocía tan bien. La sala aún olía a frutas sobre el comedor, la cocina conservaba ese aroma a leche y galletas, el baño aún era la fuente de ese olor castaño que despedía el cabello de Lina cada mañana; ese olor fresco, matutino, alegre y lleno de ternura. Lina debía estar en el piso de arriba. Aún era muy temprano para que se hubiera despertado. ¡Vaya sorpresa que le daría!

Subió muy despacito sin hacer ruido, y a medida que fue salvando escalones su alegría fue disminuyendo. Del cuarto de Lina llegaba un olor extraño; similar al olor del tronco de los árboles del parque, era intenso y tenía ese mismo dejo de salvajismo de todos los demás, pero con una diferencia. No era uno de esos comunes que se podían encontrar en cualquier lado. Éste parecía estar bien alimentado, bien cuidado, lleno de cariño y ternura. ¿Podría ser…? ¡No! ¡Eso era imposible! Lina jamás podría… Se acercó lentamente a la puerta del cuarto de Lina y entró para comprobarlo.

Lo que vio lo dejó sin aliento. Su corazón se detuvo por un instante que pareció eterno. Él nunca pensó que la culpable de que él hubiera estado encerrado durante tantos años hubiera sido la dueña de aquél olor tan maravilloso. Nunca llegó a imaginarse que alguien con un aroma en su cabello tan delicioso, tan castaño, tan tierno a quien por tanto tiempo había llamado libertad, fuera capaz de ser la causante de su encierro, de sus cadenas, de su olvido, de sus miedos, de su llanto, de su tristeza. En ese momento sin embargo, entendió que Lina, a quien él había asociado con el concepto de libertad, era también capaz de volverlo prisionero. Muy triste, bajó las escaleras, salió a la calle y se vio como uno más de esos que se encuentran en cualquier lado abandonados a su suerte. No sabía a donde ir ni sabía que hacer. Su nariz seguía trayéndole aromas de todas partes, pero el ya no quería saber nada de eso. No se sentía ya digno de tantos olores que el mundo podía ofrecerle, ahora solo merecía ese aroma que reinaba en el lugar del que se había escapado; un olor a olvido, oscuro y que reflejaba las más bajas pasiones de quien lo captaba. Entonces decidió volver a ese lugar, decidió volver a su prisión.

A manera de Epilogo:

El guardia no podía creer lo que veían sus ojos. Un perro negro, muy sucio, con aspecto de estar cansado, y con las orejas agachadas se acercaba lentamente a la puerta de la perrera municipal para ser sometido nuevamente. ¡Era el perro que se había escapado la noche anterior! El jefe de la perrera no lo iba a creer cuando se lo contara.  



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BOREDOM


“To cure the soul by means of the senses, and the senses by means of the soul”
O. Wilde-
Everything’s so dull
Passions don’t burn
And monotony –
Of being persistent –
                   Is proud.

Life’s got no taste
The air’s unclean
Sounds are mute
And fire does not blaze.


Day’s as clear as night’s
Nature is tired
Plants grew old and brown-
Among animals death’s gone
                             Wild-



God’s lost himself
Human race’s lost his grace
-Every being on earth knows -
                 Life became plain.


               Does it make sense

-Breathing unclean air?
Listening to mute sounds?
Burning yourself with
           Non-blazing fire? -

              Living on a dead earth?

            Does it make sense

-Living a life without senses? –

            Living in a place where

          Everything’s so dull?            

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Written lines


"But we loved with a love that was more than love; I and my ANNABEL LEE" 
                                                                                         -Edgar Allan Poe

I can't tell you that I love you
for I love you with a love that goes beyond the meaning of love itself.

The sole name loses significance because it has reached the shores of a sea of madness
where love cannot be called love;

it would be insane to compare my mad passion
with such a feeling as
                      Love.

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¿Para qué?


¿Para qué buscarte?
¿Por qué no mejor inventarte?

¿Para qué pedirte una sonrisa?
                       -sé que me regalarás tu desespero y tus lágrimas.

¿Para qué besar tu boca?
¿Por qué no mejor morir en tu pelo?

¿para qué el sonido dulce y melodioso de tu voz?
                         -Tengo el amargo e intenso aroma de tus versos.

¿Para qué la hipocresía de un hola?
¿Por qué no mejor el dolor profundo y sincero de un adiós?

¿Para qué la eternidad a tu lado?
                         -Disfruto la brevedad de tu amor;lo éfimero de nuestros momentos.                        

¿Para qué tu presencia?
¿Por qué no mejor tu recuerdo?


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