Era otro de esos largos y agotadores
días de verano pero la vista del paisaje era magnifica. El inmenso valle por el
que caminaba parecía salido de un lienzo surrealista pues los verdes del
inmenso pastizal en el que pacían las vacas y bueyes, se contrastaban
perfectamente con los rojos de las flores y el azul del cielo despejado
formando múltiples universos dentro de una misma imagen. A lo lejos, el final
del sendero que marcaba el camino del muchacho, se perdía de vista y se
confundía con la densa fila de árboles que cerraban el paso hacia la ladera de
la montaña que debía subir para llegar a su destino. Hacia atrás, se veía la
pequeña casita de madera donde acababa de dejar, entre venias y palabras de
agradecimiento, a la humilde y hospitalaria pareja de ancianos campesinos que
le habían dado posada la noche anterior.
Aunque aún era muy temprano David se sentía muy cansado pues no había
dormido muy bien y ya llevaba varios días caminando por aquél inmenso reino
cargando consigo un equipaje muy pesado. Él muchacho sabía que para poder
realmente descansar haría falta mucho más que noches de sueño, casitas
acogedoras y hospitalidad por parte de campesinos amables; pues aunque por
cualquier lugar que visitaba en su viaje se encontraba con personas de buen
corazón que se preocupaban por él, no podía encontrar en ninguna parte eso que
él tanto buscaba.
Pero ¿Qué buscaba? ¿Amor? ¿Comprensión? ¿Compañía? David no lo sabía. Él
solo tenía una sensación de incomodidad que no tenía nada que ver con su ropa,
ni con el cansancio físico. El muchacho buscaba sentirse bien consigo mismo, y
por alguna extraña razón sabía que para lograrlo debía continuar su camino
hasta la cima de aquella lejana montaña que era desconocida para él.
Aquél día el muchacho cubrió gran parte del camino que lo separaba de su
meta y al caer la noche, luego de haber pasado un pequeño bosque de
manzanos, ya se encontraba en la falda
de la montaña. Sin embargo, David no se percató de su proximidad a la montaña
hasta el momento en que la respiración se le aceleró y el cansancio se hizo
mayor pues sus pies notaban que el terreno se hacía más y más inclinado con
cada paso que daba. Cuando se detuvo miro a su alrededor y vio que se
encontraba por encima del nivel del valle por el cual había caminado durante el día. De pronto un sentimiento de
desolación se apoderó de él al ver la inmensidad del paisaje que lo cobijaba.
Se sintió sólo, desamparado, con frío, y sobre todo asustado; y el
sobrecogimiento fue mayor cuando miro hacía arriba y contempló la negra silueta
de la alta montaña contrastada con la inmensa negrura de la bóveda celeste
salpicada de millares y millares de ojitos brillantes que le hacían antesala a
un monstruo sin rostro que brillaba con la redondez de una moneda de plata. En
el horizonte, en medio de la densa oscuridad que envolvía el gigantesco valle,
se veía una pequeña luz que danzaba a contra tiempo de la desolación del lugar.
Se trataba del fuego de la chimenea de la pequeña casita en donde hacía apenas
una noche David se encontraba comiendo y disfrutando de la hospitalidad de los
campesinos. Al muchacho le parecía increíble pensar que apenas hacía un día
estaba sintiéndose tan cómodo en compañía de sus semejantes, y que una noche
después esos momentos, en los que las personas le hacían olvidar sus suplicios,
parecían haber ocurrido en otra vida, pues ahora se hallaba rodeado de seres
supremos, de entes con cualidades divinas que lo hacían sentir muy pequeño. Y
así, con aquél sentimiento de desolación aún cobijándolo, David cayó dormido en
medio de la vegetación y arrullado por los sonidos que producían los animales
de la noche.
Al día siguiente el joven despertó sobresaltado acosado por una sola idea
que lo visitó frecuentemente a lo largo de la noche entre sus sueños: Seguir
adelante. El muchacho se incorporó con dificultad y se puso en pie. A pesar de
que estaba agotado físicamente, sabia que debía continuar con su viaje pues de
este dependía su destino; David sabía que había nacido con ese solo propósito;
él sabía que las razones que tuvo para emprender sus innumerables viajes a lo
largo del mundo realmente recaían en una sola razón: Llegar hasta el final de
este último viaje. Siguió entonces decidido con su camino y continuó subiendo
por la ladera de la montaña. La subida no fue nada fácil. Se enfrentó con la
inclemencia de la naturaleza; el sol no lo ayudaba, y de vez en cuando, uno que
otro animal hambriento salía a su paso buscando hacerlo su presa.
Así transcurrieron varios días en los que David, inquebrantable, seguía con
su camino, y varias noches en las que reposaba su cuerpo e intentaba ignorar la
intranquilidad de su alma. Al final de una de esas jornadas de viaje, cuando el
sol ya empezaba a fundirse a lo lejos con el horizonte dejando paso a la
oscuridad para que hiciera de las suyas, el muchacho llegó a lo que parecía la
entrada a una cueva. Tímidamente, David se asomó pues pensaba que se trataba la
guarida de algún oso u otro animal salvaje pero se llevó una sorpresa al ver
que se trataba de una cueva iluminada con antorchas. Al parecer alguien había
excavado un túnel muy profundo que se perdía en las entrañas de la montaña y se
dirigía hacía la cima. El muchacho empezó a caminar y notó que el suelo ya no
estaba cubierto por la hierba ni por la tierra que cubría la ladera de la
montaña, sino que estaba cubierto por un camino serpenteante de piedra en el
que yacían sombras proyectadas por el fuego de las antorchas que le daban un
aspecto lúgubre al lugar. David caminaba silenciosamente hacía arriba echando
fugaces mirada hacía atrás por encima de su hombro, pues de vez en cuando su
propia sombra lo asustaba y le hacía creer que alguien iba tras él. El muchacho
sonreía cada vez que esto le pasaba y pensaba “Es solo mi sombra. El fantasma
de mi propio pasado que todavía insiste en perseguirme. Ya podré deshacerme de
él más adelante”
Cuando David llego finalmente a lo que parecía el final de la cueva,
levantó la vista hacía unas escaleras que subían hasta el cielo estrellado y al
final de ellas se hallaba por fin la cima de la montaña. El muchacho trepó
ansioso y llegó hasta la cima en donde encontró algo que nunca había visto en
su vida: Una construcción de piedra que se asemejaba a un castillo, pero era
tan grande que incluso el ancho de tres castillos hubiera cabido en ella; y era
tan alta que diez catedrales, una encima de la otra, hubieran entrado sin
dificultad por la puerta principal. – ¿Así que este lugar es mi destino?- Pensó
David asombrado. –Llegar hasta donde ningún hombre había llegado jamás. Este es
el propósito de mi vida: Entrar como invitado especial a la mansión de los
Dioses- Ávido de saber que le esperaba adentro se acerco a la gigantesca puerta
en la cual había un letrero que estaba escrito en un idioma que no entendía; al
parecer eran runas. David miro atentamente el letrero intentando descifrar el
mensaje desde todos los ángulos, pero al no conseguirlo se desesperó. No
entender lo que decía aquella inscripción lo hizo perder la paciencia, pues no
quería perderse ningún detalle de su cita con el destino. Desesperado como
estaba, empezó a buscar en su mochila los libros que siempre cargaba consigo
con la esperanza de encontrar en alguno de ellos una respuesta que lo ayudara
con el letrero, pero de pronto una melodiosa voz femenina proveniente del interior
de la mansión le dijo:
No es importante eso que buscas
El mensaje no es mensaje;
No es un lenguaje antiguo,
Ni una encriptación,
Ni tampoco runas.
Algún Dios necio lo puso en el camino;
Quiere distraer tontos,
Cautivar ingenuos,
Y apartarlos de su destino.
David entonces comprendió lo que aquella misteriosa voz quería decirle.
Debía aprender a no fijarse en pequeñeces que le impidieran seguir con su
camino, no todo lo que había en él era importante y el muchacho debía aprender
a distinguir entre lo que realmente importaba y lo que no si es que quería
seguir y llegar al final de su viaje.
Por alguna razón la misteriosa vocecita le inspiraba confianza y llenaba su
pecho de un regocijo que lo hacía sentirse muy bien. Lleno de confianza e
ignorando el letrero clavado en la puerta, entró.
****
Adentro, la inmensidad del lugar parecía incluso mayor. El muchacho se
hallaba ahora en lo que parecía una de
las torres de la mansión, y estaba parado frente de una gigantesca escalera de
piedra que conducía a los pisos superiores y que curiosamente estaba pegada a
la pared y ascendía en forma de espiral describiendo el contorno cilíndrico de
la torre. Todas las paredes estaban cubiertas por gigantescos cuadros. Pinturas
antiguas cuyos lienzos estaban iluminados por las miles de antorchas puestas en
sus soportes metálicos que colgaban de las paredes. Cada una de las pinturas,
exhibía el retrato de una misma persona. Una mujer (o más bien una niña a los
ojos de David) hermosa y pálida que tenía una sonrisa triste y una mirada
perdida que parecía buscar algo. Esa mirada de acuarela plasmada sobre los
viejos lienzos, relataba tristezas y penas, y definía el dolor. En todas las
pinturas, el artista había conseguido capturar el mismo gesto en el rostro de
la niña, sin embargo cada retrato era diferente a su modo, pues en cada uno la
niña vestía ropas distintas y había sido capturada en entornos y situaciones
diferentes.
David empezó a caminar mirando hacía arriba. El lugar era tan alto que ni
siquiera podía verse el techo, ni tampoco el final de las escaleras que había
empezado a subir. Con cada escalón que salvaba, se acercaba más y más a las
pinturas colgadas en las altas paredes, y desde allí podía apreciarlas mejor.
David estaba cautivado con los retratos y no podía quitarles los ojos de
encima, y por alguna razón empezó a sentirse extraño. La mirada vacía que
lanzaba cada retrato hacía crecer en David una calma inexplicable, pero a la
vez lo hacía angustiarse, y un sentimiento de preocupación crecía poco a poco dentro
de él. Era como si David conociera a esa persona allí retratada y el dolor de
esta fuera la causa de su creciente preocupación. Algo, tal vez esa mirada en
los cuadros, empezaba a sugerirle la idea de que esa niña era su destino.
Aunque esa sensación que se iba apoderando del muchacho le hacía poco a
poco perder el control de su voluntad, una vocecita dentro de él con pinta de
conciencia le decía que él nunca en su vida había visto a esa muchacha y que no
tenía motivo alguno para preocuparse por ella pues no estaba seguro ni siquiera
si existía. Sin embargo, la voz de la conciencia del muchacho se fue
debilitando poco a poco, y la belleza del rostro de la niña de los retratos se
hacía cada vez más profusa, cautivando por completo los sentidos de David hasta
que finalmente se apoderó de él e hizo crecer un sentimiento por la persona
retratada.
David perdió la calma y empezó a ascender cada vez más rápido por las
escaleras. Algo lo urgía a apresurarse. Algo le decía que tenía que acabar con
el dolor en la mirada de esa niña y entre más subía y subía ese dolor empezaba
a ser suyo. El muchacho empezaba a sentir una agonía y una pena por ella y por
él mismo que lo apresuraba a querer terminar con todo eso que había empezado
desde que se decidió, años atrás a seguir su destino. El muchacho no sabía que
debía hacer, ni cómo iba a hacer para acabar con ese dolor. Ni siquiera sabía a
donde lo conducían esas escaleras que tan apresuradamente subía y subía,
saltando escalones de dos en dos, y de tres en tres. El sudor resbalaba por su
frente, y un fuerte dolor en su pecho cortó su respiración y lo obligó a cerrar
los ojos para concentrarse en seguir subiendo. Con los ojos cerrados ya no veía
el rostro de la niña que ahora tanto amaba pero su mente proyectó la imagen del
retrato para él, y se aumentó su desespero. David siguió subiendo rápidamente
hasta que se dio de lleno en la cara con algo sólido que tenía en frente. El
muchacho abrió los ojos y vio una pesada puerta de madera delante de su nariz.
Finalmente había llegado al final de las escaleras.
David se separó un poco de la pared y se asomó por la barandilla del borde
de las escaleras y miró hacia abajo pero esta vez fue el suelo lo que no
consiguió ver. Miró entonces hacia arriba y vio que en el techo había dos ojos
pintados. Era un par de ojos cuya profundidad y mirada triste se le hacía
familiar. Los ojos irradiaban una calidez mezclada con dolor que era
encantadora. Era una calidez tan hermosa que a pesar de estar pintados parecían
ser los ojos de un ser vivo. De hecho el calor de esa mirada era tan profundo
que se manifestó físicamente e hizo que los ojos brillaran con un resplandor
naranja que empezó a despedir un calor que ahora era insoportable. Pronto el
fulgor naranja se extendió por la superficie del techo hasta encontrarse con la
pared en donde estaba la puerta de madera la cual, como si hubiera estado
impregnada de aceite se consumió entre las llamas casi de inmediato dándole
así, paso al muchacho hacia una pequeña habitación.
El lugar estaba oscuro, y no tenía muebles. Las paredes de piedra le daban
un aire frío a la habitación de la torre que no tenía otra fuente de
iluminación que la luz de la luna la cual se colaba por un alto ventanal y cuyo
haz iluminaba a un punto en el suelo en donde se hallaba un bulto de trapos
blancos amontonados uno encima del otro. David dio unos cuantos pasos hacía el
extraño objeto y empezó a sentir un aroma intenso que trepaba por sus fosas
nasales y llenaba sus pulmones con un color rosa que le recordaba una esencia
floral conocida por él desde mucho tiempo atrás; tal vez desde su niñez. El
olor se hacía cada vez más y más intenso, y conforme avanzaba hacía el montón
de telas blancas que yacían en el suelo, su cuerpo se debilitaba más y más.
Cuando dio el último paso se encontraba apenas a centímetros de la escena de
sabanas blancas que al parecer era de donde salía el aroma que le estaba
quitando su vitalidad. Totalmente agotado, el muchacho cayó de rodillas y con las últimas fuerzas
que le quedaban tomó una esquina de la sabana y la levantó lentamente,
descubriendo el cadáver de una hermosa mujer, o a su parecer, de una hermosa
niña cuyo rostro tenía una expresión de dolor, angustia y sufrimiento, pero a
su vez en la comisura de sus labios color rosa se dibujaba una triste sonrisa.
Al parecer David había llegado tarde a salvarla. Sintió entonces unas
profundas ganas de llorar por la muerte de aquél ser tan hermoso a quien, aún
sin saber quien era, había amado. Una solitaria lágrima resbaló por su mejilla
y fue a morir en los labios del cadáver que en ese momento se encontraban con
los de David quien tenía la necesidad de morir al lado de ella, pues sintió que
la había conocido hacía una eternidad. Sintió que ella era el destino que tanto
había buscado toda su vida. Sintió que ella era el único propósito con el que
había nacido. Comprendió que ella, la muerte, era la única razón que
complementaba la vida.
A manera de Epilogo:
Esa solitaria lágrima que el
muchacho derramó, liberó por fin todo el peso que había sentido durante toda su
vida; una vida que persiguió con afán en busca de su destino para al final
darse cuenta que su destino era el mismo de todos los seres humanos,
encontrarse con el amor de su vida: La muerte.
Leia Mais…