Cuando vaya al cielo me encontraré allí con el resto de creaturas suicidas
- y también con los que no lo son-
Cuando vaya al cielo me encontraré allí con los que sufrieron
- con las creaturas que vivieron-
Cuando vaya al cielo me encontraré allí con los demonios que deberían habitar el infierno.
Cuando vaya al cielo me encontraré con escritores y poetas; mi alma nadará desnuda en ríos de alcohol y mis pies descalzos se hundirán en la blanca arena; las costas del delirio en donde los genios ya habían metido sus narices, hundido sus cuerpos, enterrado sus corazones y sumergido sus almas.
Cuando vaya al cielo encontraré el lugar repleto de seres que deberían estar en el infierno.
Yo mismo le preguntaré a Dios por qué, en vez de descender, subí al cielo; creo, fervientemente, que él me dirá: "abajo ya no hay vacantes. Las celdas están ocupadas por quienes se inventaron el cielo y el infierno."
lunes, 29 de abril de 2013
El cielo y el infierno
martes, 16 de abril de 2013
Jaulas
Lina
María había sido la única persona en cuyos ojos podía ver reflejado el dolor
que yo mismo sentía. Con un negro intenso e implacable, esos ojos eran capaces
de pintar las escenas más sombrías de esos cuentos que yo escribía por aquellos
días. Aunque el país entero podía darse un festín mensual con los trozos de
alma que yo ponía en la revista nacional, y aunque los críticos se jactaban
despedazando mis ya desmembrados personajes, Lina María fue la única persona
capaz de ver que el dolor de esos pobres desgraciados que se revolcaban en el
desespero de los mundos putrefactos que yo me inventaba, era el mismo suplicio
y el mismo grito agónico de mi alma.
En
una de las aburridas convenciones de columnistas convocadas por los directores
de las revistas más reconocidas del país, la vi por primera vez. Mientras la misantropía se apoderaba de mi alma y yo
desplegaba mi increíble capacidad para hacerme odiar por aquellos que
pretendían asediarme con amables preguntas acerca de mi estilo de escritura, la
palabra <<Sarah>> llegó hasta mis oídos desde el otro lado del
salón. El dulce y melodioso sonido de la voz que transportaba la palabra en
medio del bullicio, se coló en mi cerebro y se instaló en un rincón, fijo e
inmóvil.
La
razón por la cual llamó tanto mi atención era simple. Ese nombre significaba
mucho para mí, pero una voz dentro de mi cabeza me decía que la mujer que había
pronunciado aquel nombre no podía estar refiriéndose a la misma Sarah que yo
pensaba.
Sin
embargo, algo superior me empujó contra mi voluntad hasta el otro lado de la
habitación para escuchar mejor. Allí, de pie frente a un anciano repulsivo de
esos con panza y puro, estaba la muchacha que hablaba (más para ella misma que
para su interlocutor) sobre Sarah, y para mi asombro sí, estaba hablando de mi personaje.
“En medio de una calle concurrida en
donde la atención era atraída por los gritos de los vendedores y el bullicio de
la gente, una pequeña llamada Sarah se hallaba sola contemplando la escena
desde un rincón apartado. David atravesó la calle a empujones…”
Esas
eran les tres líneas en donde se mencionaba por única vez a Sarah en mi último
cuento publicado. En realidad el personaje era un detalle minúsculo, aislado;
no tenía nada que ver con el argumento del cuento. De hecho, era uno de esos
detalles tan comunes en mis escritos que yo nunca he sabido, a ciencia cierta,
por qué están allí. Sin embargo, aquel día de la convención, parecía como si
Lina M. pudiera hablar por horas enteras acerca del personaje, y aunque yo ya
no escuchaba, algo en el brillo intenso de sus ojos negros me decía que ella
entendía esos detalles insignificantes de mis cuentos incluso mejor que yo.
Ese
día luché con todas mis fuerzas para poder acercarme más y contemplar mejor
aquella mirada que irradiaba comprensión. Pero algo que siempre ha sido parte de
mi naturaleza me lo impidió; la idea de que la belleza no es algo a lo cual yo
pueda acceder, es mi más ferviente convicción y sin embargo sé que soy tan
sensible a ella como cualquier otro mortal o tal vez incluso mucho más que
cualquier mortal.Entonces, ese día, no tuve más remedio que salir del salón a
deambular por las calles en busca de mi apartamento.
Con
cada paso que daba, mi mente me jugaba un truco nuevo. Sentía que cada uno de
mis movimientos era observado por alguien a quien dejé atrás, y que esa persona
corría detrás de mí para alcanzarme.
¡Era
patético! Incluso practicaba en voz alta mil maneras de saludar a aquella mujer
que, en mi mente, se había tomado la molestia de notar mi ausencia y había
corrido detrás de mí para preguntarme por qué me había ido. Pero era más
patético aún que, incluso en mi mente, mis respuestas eran torpes como lo
habrían sido en la realidad; mil veces la saludé, mil veces metí la pata y mil
veces ella volvió a correr detrás de mí para darme otra oportunidad.
En
los días que siguieron, aquél día había quedado grabado en mi mente. No podía
sacarme la voz de aquella mujer repitiendo el nombre de <<Sarah>>
con la convicción y la seguridad con la cual repetiría su propio nombre.
***
Luego
de una serie de sucesos aislados que llevaron a la muy bien planeada casualidad
de encontrar a Lina María en una calle del centro de Bogotá, la intensidad con
la cual pensaba en esa mujer, se incrementó. Después de haberla conocido en
aquella bendita casualidad, reconocí en sus ojos una mirada envuelta en
misterio, y me di cuenta de que esa enigmática mirada era lo que tanto me
atraía.
Los
meses nublados que dibujaban mi vida dieron paso a una relación, a mi parecer,
clandestina. Nuestros encuentros eran fugaces; ella siempre por alguna razón
escapaba de mis brazos y su mirada rehuía la mía. Pero luego, esos momentos en
que sin palabras me regalaba sus angustias y sus miedos, ella misma buscaba
secar sus lágrimas en mi pecho y sus ojos buscaban comprensión en los míos. Era
un círculo del cual yo no sabía si saldría bien librado. Aprovechando las
ausencias de Lina María, las dudas asaltaban mi mente; constantemente veía su
figura adentrarse en la niebla hasta que no podía ver más que una borrosa
silueta junto a otras sombras que me hacían sentir inseguro. No obstante, una
frágil certeza apaciguaba mis demonios cada vez que la volvía a tener entre mis
brazos.
Una
noche luego de varias sin Lina María, mientras vaciaba copas y luego botellas,
una tras otra, en mi conciencia, el teléfono de mi apartamento sonó con ese
lamento monótono que me arrastraba a la realidad en los momentos más
inoportunos. Del otro lado de la bocina llegó hasta mis oídos la voz de Lina María
como respuesta a esa última gota de súplica con sabor a whiskey que se coló por
mi garganta; me invitaba al otro día a su casa para contarme algo importante.
Sería
la primera vez que iba a visitar el lugar donde vivía; ese misterio que la
envolvía probablemente se iba a disipar con aquella visita. Siempre he creído
que una persona deja su esencia impregnada en el lugar donde vive y que allí no
hay secretos ni misterios.
Esa
noche no dormí. Mi cerebro trabajaba a mil por hora imaginando millones de posibilidades
para la casa de Lina María. Al final me quedé con la última opción; pensaba que
su casa sería similar a la mía. La soledad, probablemente, era la pareja de
baile de Lina María así como la oscuridad era la mía. No podía dejar de pensar
tampoco, en aquello tan importante que iba a decirme. Probablemente me hablaría
de Sarah y me haría entender el significado que ese personaje tenía para ella.
Tal vez me ayudaría a entender la soledad de Sarah, la suya y la mía.
Al
otro día, en su casa, mi castillo imaginario se derrumbó y quedaron sólo las
ruinas de la realidad. Desde las paredes de la sala una joven pareja me
sonreía. La expresión de sus rostros me contaba la historia del día en que se
casaron y sus miradas relataban incluso el detalle más insignificante de aquel
día.
¡Entonces
ese era su misterio! Yo no era más que los desperdicios del banquete
matrimonial.
Sobre
mesas y repisas, más fotografías contaban la vida perfectamente feliz de Lina
María al lado de su esposo y además de una hija. Sin embargo esa sonrisa
retratada en el papel de las fotografías no se dibujaba aquella tarde en el
rostro de Lina María. Aquella tarde, mientras ella me veía contemplar en
silencio los recuerdos exhibidos en su sala de estar, sus lágrimas recorrían
una vez más sus mejillas, acariciándolas con la misma delicadeza, nostalgia y
melancolía con que alguna vez lo habían hecho mis dedos temblorosos. ¿Por qué
siempre tenía que llorar delante mío? Parecía confundida y me confundía; de la
nada me soltó un “te quiero” mientras miraba fijamente una foto de su esposo y
de Sarah, su hija.
Cuando
pronunció ese nombre su voz fue tan dulce y melodiosa como la primera vez que
la oí. Entonces entendí que las lágrimas que derramaba en aquel momento no eran
producto del dolor. De hecho, el dolor nunca había acariciado su rostro, o no
por lo menos el dolor que la soledad traía consigo. Ella nunca entendió mi
personaje; nunca se identificó conmigo. Desde un profundo afán por ser
reconocido más como ser humano que como una simple figura pública,
malinterpreté la mirada negra de Lina María; confundí la curiosidad con
comprensión y la lástima con amor.
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En
ese momento vi sus lágrimas como la explicación que no me interesaba oír y dentro
de mí, una legión de voces dormidas se alzaba en armas y pedía a gritos carne
fresca para saciar su apetito. Era hora, entonces, de morder a la que se había
acercado a mi jaula creyendo encontrar un perrito sumiso. Clavé mis colmillos
en su suave, blanca y delicada piel
…La
maté.
Basado en El
Túnel de Ernesto Sábato
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